Foto: Gabi Valladares, San Francisco de Yare, 2022

 

Los Diablos Danzantes                                           19/06/2022

 

Los diablos no podían entrar al templo. Era el diecinueve de junio de 2003, día de Corpus Christi; y un mar rojo centelleaba a las puertas de la Iglesia de San Francisco de Yare.

Bajo el sol absoluto de las once de la mañana, cientos de cuerpos rojos esperaban sentados a que la misa terminara.

En rojo: alpargatas, medias, pantalones y camisas. La fe ondulando en rosarios, cadenas y escapularios; las maracas convertidas en una gran sonaja de eco multiplicado; y el Santísimo Sacramento en todas partes.

Animales insomnes y fieros, las máscaras de los Diablos Danzantes de Yare presidían todas las cabezas. Seres multicolores capaces de refractar toda la luz del sol en un segundo de junio.

Con diversidad caleidoscópica, los diablos mostraban enormes semblantes de ganado, dragones de ojos insomnes, todos ellos con dos, tres o cuatro cuernos, según la jerarquía del danzante.

En San Francisco de Yare, al noroeste de Venezuela, el día de Corpus Christi los hombres bailan. Solo ellos pueden vestirse de diablos. Algunos pertenecen a la Cofradía, otros han hecho promesas al Santísimo Sacramento. Las mujeres, asimismo vestidas de rojo, son las promeseras que pueden bailar junto con los Diablos. Las hay también que pagan sus promesas, vestidas de blanco.

Ese diecinueve de junio, al terminar la misa, cientos de maracas, como una lluvia ancestral de semillas, comenzaron a oírse en las afueras de la iglesia. Parecían advertir a los Diablos su partida, esa que sucedería al final del día, la que siempre ocurre; y ellos lo saben, sobre todo en Corpus Christi.

Hubo un silencio profundo al finalizar el toque de las maracas. El cura salió hasta la puerta del templo y comenzó la comunión de los diablos. El poderoso sol de los Valles del Tuy seguía goteando por los rostros, creando espejos mestizos.

Durante la procesión del mediodía, los Diablos Danzantes recorrieron las calles del pueblo con toda la fuerza de un año entero sin bailar. Al son del repique de “la caja” danzaban hacia atrás, mientras el cura, portando el Santísimo Sacramento, los seguía de frente.

Foto: Gabi Valladares, San Francisco de Yare, 2022


Después de un largo recorrido, el altar de la Casa de los Diablos los esperaba, vestido también de rojo, cubierto de encajes blancos, uvas, panes, una copa de agua clara y flores. Allí, las manos de un cura con rostro sudoroso colocaron al Santísimo Sacramento en el altar, por un momento, lo suficiente como para declarar la presencia de un poder sobre otro. Luego, en medio de un silencio profundo, únicamente embestido por los tambores, la procesión siguió su camino.

Un viento plomizo y ligero avisaba que la lluvia llegaría antes de un segundo. Ya para entonces tocaba que el agua nos mojara. Enormes gotas tibias comenzaron a caer con fuerza, uniéndose luego en uno de los aguaceros más potentes del año, la lluvia del día de Corpus.

La una de la tarde llegó de pronto y bajo el agua comimos. Atravesamos el pueblo dejando que la lluvia descendiera por el cuerpo a voluntad y nos vimos de pronto atravesando una puerta que daba a un enorme patio con suelo de tierra y árboles frutales. Ese era el lugar donde los Diablos comerían; y nosotros también. Debajo de un techo improvisado humeaban gigantescas ollas que contenían una sopa capaz de redimir cualquier sombra; y sobre las mesas lucían, como nubes crujientes y delicadas, las grandes tortas de casabe. El rojo, el blanco, las máscaras, los rosarios y las campanas, todos sonaban con el aguacero. Fluía una alegría suave y auténtica, como una brisa vegetal; mezclada con el vapor de aquellas ollas, indetenibles cornucopias. Los platos pasaban de mano en mano; y tan pronto eran servidos como bañados por el agua incesante que seguía abriéndose paso entre voces, ramas y hojas.

Foto: Gabi Valladares, San Francisco de Yare, 2022

 

Las risas se unían al intenso calor de las ollas, al cielo derramado, a los elogios que recibían las mujeres que cocinaban desde la víspera; y el resultado era tan simple, como un gozo inevitable. Los hombres bromeaban en pleno aguacero: “¡Cuidado, que va a llover!, ¡Por ahí dicen que viene el agua!”.

Desplazándonos por los pequeños respiros que la lluvia intensa dejaba sobre las aceras, llegamos a la vivienda de los hermanos Sanoja. Allí, en el porche de esa casa toda azul, toda verde, los diablos bailaron frente al altar del Santísimo Sacramento, luego partieron en retirada… hacia otra casa, hacia otro altar.

En Corpus Christi, los altares al Santísimo Sacramento llenan las calles de San Francisco de Yare. Frente a las casas, pequeñas mesas lucen cuidados manteles blancos, rojos, superficies llenas de agua y flores. No hay imágenes, es el todo en la aparente nada. Toda la fe depositada en lo intangible, porque lo intangible mueve ese día a todo un pueblo. Un mar rojo en retirada perseguido por una estrella. Un mar rojo que se escurre y se entrega a las miles de luces que mil manos llevan cada año, ese mismo día, cuando a las seis de la tarde, la oscuridad abre los ojos frente a la luz.

Diecinueve años habían pasado, cuando la mañana del 17 de junio de 2022, unas fotografías le tocaron la puerta a este texto. A través de ellas, Gabi Valladares había captado la esencia encantada de lo que yo vi hace ya mucho; y que, sin embargo, no tiene tiempo. La luz de Corpus Christi, siempre alumbra.

 

El 6 de diciembre de 2012, Los Diablos danzantes de Corpus Christi de Yare ingresaron a la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad que aprueba la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y la Cultura (Unesco).

 

Nahir Márquez

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