Köln am Rhein                                                           septiembre, 2015

 

La ciudad alemana de Colonia es extrema en modos, dineros, tendencias y aires; también es sublime. Chagall, Picasso, Mondrian y otros grandes sin nombre de templo, cuelgan de sus paredes. El Rin enorme, verde y gris, fluye a un lado y lo llena casi todo con espíritu de mar. Un museo de chocolate es un planeta de agrados, una ola oscura y dulce donde treparse por horas, mientras se cabalga en historias, imágenes, sabores, olores y procesos.

La alteración de las grandes ciudades no le es ajena. En una de las plazas de la gran catedral vi una procesión de negro cerrado y Madre María alzada. Al mismo tiempo un grupo de turistas, justo detrás, se arremolinaban ordenados, entusiastas y guiados por raquetas de colores para subirse a un barco. Parecían ir a celebrar la inauguración del próximo rascacielos. Mientras tanto, un turquesa que se encuentra por doquier e inunda columnas y letreros, anunciaba la famosa “Agua de Colonia N° 4711”, originaria de esa ciudad. En algunos se leía: “Ich bin echt, was bist du?” (Yo soy auténtica, ¿cómo eres tú?).

Vi miles de personas atravesando Colonia, seres humanos provenientes de al menos 20 partes del mundo me tocaron con sonidos, expresiones, miradas e intensiones. Me gustó sentir que ninguno corría por ser el primero, quizás porque sabían que todos o casi todos estarían seguros y relativamente cómodos con cualquier cosa que se propusieran, que habría posibilidades de logro para ellos, sin pensarlo demasiado, sin tener que pelear por ello; y mucho menos perder la vida.

El calor era sofocante, como si un techo de zinc estuviera solo a un palmo de nuestras cabezas. En ese momento pensé en el calor de Maturín o El Tigre, o en el de la fantástica Paraguaná; y recordé cómo se respira de fácil en Venezuela, aunque 40 grados te recorran. Un experto diría: son cuestiones de humedad y presiones diversas del aire. Puede también ser la paz que siempre hemos tenido y que no hemos sabido conservar, ya por largo tiempo. Un país al que le ha costado siempre la conciencia y la unión, y me atrevo a decir que también la alegría verdadera frente al bien ajeno. No es cuestión de acusaciones (cada quien sabe lo que lleva dentro), solo permitámonos pensar, por unos momentos y sin innecesarios testigos, cómo cada uno de nosotros en El Tigre o allende nuestras fronteras, puede —conservando nuestro bien e integridad—, disolver odio e individualismo, sentimientos de separación y egoísmo, envidias, miedo a dar, a compartir nuestros terrenos fértiles. Cuánto me gustaría que todo lo anterior ya estuviese logrado en un enorme conjunto; y solo tuviésemos que esperar a formar la masa crítica, esa que por diminuta mayoría puede generar los cambios enormes que requerimos. Quizás entonces y sin querer sonar simplistas o edulcorados, podríamos ver nuestras propias y auténticas bellezas y comenzarían a aliviarse un poco las cosas.

Venezuela me es inevitable, pero sigamos con los Reyes y con la fe:

Las reliquias de Gaspar, Melchor y Baltasar reposan en la Catedral de Colonia. Más allá o más acá de lo que pueda haber aún de sus físicas investiduras en ese precioso espacio dorado que las contiene; lo que cree la gente de ellos se siente allí poderoso. Si fueron hombres que atravesaron desiertos siguiendo una estrella para homenajear a “alguien”, deben haber sido seres, por decir lo mínimo, incomparables. Imposible que los recuerdos de la vida no me alcanzaran en ese momento. Tuve la sensación de girarme y encontrar de manera normal y mágica unos chocolates finísimos con ilustraciones coloridas, junto a un libro de leyendas de Mesoamérica, todos reunidos en las escaleritas que conducían al relicario. Igual nunca los vi, y esos tres señores de real investidura siempre interactuaron con mi familia, produciendo sorprendentes efectos.

La fe no es un relicario, pero se mueve también en espacios grandiosos. Su consecuencia, conjugada con un buen enfoque, puede conducir barcos por el Rin y producir cambios en devastados terrenos. Si los dejamos, el misterio y la razón saben ir de la mano y generar efectos de insólita belleza.

 

Nahir Márquez

Comentarios: 0