Plätzchen o “también esto es Alemania”          
01.01.2023

 

Mediados de noviembre en Alemania…me despierto con taquicardia, son las 7:30 am. La penumbra de la habitación llama a cinco minutos más de sueño, pero ya no puedo dormir. En media hora comenzará un ruido de dimensiones insólitas. Frente al edificio donde vivo, justo bajo la ventana de la sala (estoy en un primer piso), comenzarán a activarse las sierras que cortarán piedras gigantescas, esas que servirán para la gran calzada de la calle principal de Freising. La perfección del proceso será tal que, durante cien años, seguramente no habrá que reparar nada. Conjuntamente, se abre otro portal de ruido: la casa junto al edificio está siendo derribada para reconstruirla desde sus cimientos. Variadas máquinas de sonidos también asombrosos se activan: situación mantenida por más de un mes, cada día. Horario: 8:00 am a 5:30 pm.

 

 

¿Qué es más importante?

 

Aquí no valen muchas llamadas de reclamo, porque que la calle o la casa queden perfectas es, en ocasiones, más importante que el bienestar de la gente. Entonces qué hacer: ¿denunciar? Sí, se puede, pero para cuando se midan todos los decibeles y sus posibles efectos; y el proceso esté en manos legales, la gente  puede estar recluida en un sanatorio, ¿audífonos antiruido?: “jain”, como dicen por aquí, lo que significa: “sí y no a la vez”, eso es un paño caliente y es costoso. ¿Mudarse? Sí, pero ¿adónde y en qué condiciones? ¿Ponerse a pegar gritos en medio de la calle con -5°C?, posible, pero, aunque el nivel de desesperación disminuiría levemente, me pasarían por el lado sin verme. ¿Y los vecinos? Cada quien en su mundo, no se unen a ti en el reclamo, porque muchos están al otro lado del edificio y no sienten el ruido como tú. Pero te desean lo mejor… Sin embargo, los milagros existen, La Divinidad tuvo misericordia y una persona estupenda nos ofreció su casa cada día por unas horas.

Hasta el 24 de diciembre hubo ruidos. Cuando comiencen de nuevo en enero, Dios dirá; y nosotros también.

Por esa razón, no hubo galletas (Plätzchen) en esta casa hasta el día de Navidad. Simplemente, de 8 am a 5.30 pm, no se podía estar en la cocina; y en la casa, a duras penas. Quienes han pasado por esto saben de lo que hablo.

Las galletas llegaron, porque siempre están dentro de uno y tiran de las ganas y también de la ilusión para manifestarse. Alemania estuvo en la mesa de Navidad de mi familia desde mi más tierna infancia. Las Plätzchen, a las que llamábamos “las galleticas de Frisco” (tienda alemana en Caracas) hacían las delicias de casi toda mi familia. Nadie podía tocarlas hasta que comenzara la fiesta. Luego de unos diez minutos, solo migas quedaban.

 

 

Dulce democracia

 

Si las galletas alemanas tuvieran una canción para unirse en canto coral, seguramente sería “Imagine”, de John Lennon:

 

“(…)Imagine no possessions
I wonder if you can
No need for greed or hunger
A brotherhood of man

Imagine all the people
Sharing all the world
(…)”

 

“(…) Imagina que no hay posesiones
Me pregunto si puedes hacerlo
Que no hay necesidad de avaricia o hambre
La hermandad de los hombres

Imagina a toda la gente
Compartiendo todo el mundo (…)”

 

Si sumamos e interconectamos tipos de masas, formas y sabores: limón, chocolate, vainilla, nueces, almendras, nuez moscada, jengibre; y agregamos además frutos confitados o secos, molidos o troceados, mermeladas de las más variadas frutas, con glaseados o sin ellos; se llega a un número sorprendente de Plätzchen (galletas de navidad alemanas): más de 1.300.

Springerle (galletas de anís), Spekulatius (galletas de especias con forma de molino holandés), Vanillekipferl (medias lunas de vainilla), macarrones, Zimtsterne (estrellas de canela), Spitzbuben (galletas Linzer), Nussecken (esquinas de nuez), Lebkuchen (galletas de jengibre), Bethmännchen (galletas de mazapán), son solo algunas.

Unas más sencillas que otras, las hay también barrocas. La magia ligera y especiada de las Lebkuchen toca el corazón y a veces también el recuerdo de manera definitiva; contrastando por ejemplo con las vistosas Nussecken, desbordantes y de festín palaciego, dueñas de una rica base de galleta de mantequilla, una capa de  confitura de albaricoque, avellanas troceadas y esquinas bañadas en chocolate oscuro. Y bueno, las que son únicas de principio a fin, desde el glaseado con un toque alimonado que se fractura delicadamente al primer toque de los dientes, hasta sus texturas densas, felices y almendradas, esas a las que somos arrastrados ineludiblemente: las Zimtsterne. Personajes inolvidables, apuntando al corazón, al recuerdo o al cofre de los nuevos descubrimientos.

En el  mundo de las galletas no hay prejuicios ni miedos, ningún “ciudadano” es menos que otro; todos son recibidos con alegría y expectativa, simplemente por ser como son. Cada quien merece libertades y oportunidades por igual y las diferencias son apreciadas, no obviadas o señaladas. Cada quien brilla con luz propia; y el balance, con muy pocas excepciones, siempre es a favor.

 

Nahir Márquez

 

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