Galletas esenciales                                mayo, 2022

 

“Querido diario… Bueno, ya sé que la frase para dirigirme a ti debería ser otra, más original, o moderna quizás, pero igual…Querido diario, tenía tantos días sin estar contigo. Hoy me acerco por algo especial, es una noche distinta…
La puerta de su habitación se abrió de golpe. Clara sintió un puño de aire frío en el rostro. Sentada sobre la cama y medio iluminada por la luz de la lamparita de noche abrazó el diario y lo cubrió con su chalina roja, como queriendo protegerlo...
Clara vio una sombra atravesando la puerta; la acompañaba Teresa, su hermana. Ahora podía verla con claridad. El miedo transparentándole la piel, amortiguándole los pasos, su figura alta y delgada, ahora interminable.
—Piensa bien lo que quieres llevarte— dijo Teresa, la voz parca y rígida. Lo esencial, Clara. La maleta es pequeña; y sabes que no volveremos. Tenemos dos horas; y el tren a Vichy sale en cuatro.
La sombra de la mujer retrocedió. La puerta se cerró detrás.
Clara se puso la falda de cuadros escoceses, el cárdigan azul plomo, los zapatos marrones de trenzas. Se peinó el cabello en una cola alta y apretada.
En la maleta: una botella con agua, una muda de ropa, una pastilla de jabón de lavanda, el cepillo de dientes, un tubo de pasta dental a la mitad, el diario, lleno de fotografías familiares; y otra de Gregory Peck…También, la pulsera de plata de mamá.
La puerta volvió a abrirse. Teresa, temblorosa, le mostró a Clara un manojo de llaves.
—Debemos irnos antes; hay que entregarle las llaves de la casa a la señora Mimi… ¡ya!
Respirando aceleradamente, Teresa se acercó a Clara y escondió la cara por un instante en uno de sus hombros. Clara le tomó las manos, apretadas y húmedas sobre las llaves. Cuatro manos y el manojo, formando un mundo entre las dos …
Era ya medianoche, cuando comenzaron a bajar los once escalones que las separaban de la calle…
—Teresa, ¡se me olvida algo! No puedo irme sin ello.
No valió de nada la mirada de absoluta reprobación de su hermana. Clara corrió a la cocina. Allí, debajo de una pequeña campana de cristal, dos galletas. Lo visible: dos círculos tostados e irregulares con nueces y arándanos rojizos. Lo invisible: el fondo musical de la Mélodie Hongroise desde la radio, el olor plano de la harina volviéndose grande y voluptuoso, tibio y dulce; la mano de mamá haciéndole probar la primera galleta. Tomando un tiempo que no tenía, las envolvió con sumo cuidado, no sin antes darle un mordisco mínimo a una. Ella sabía que la dosis de bien y eternidad iría más allá del gusto.

Intentando no mirar hacia atrás, respiró el olor particular de la cocina y salió de ella a toda prisa.

 —¡Clara, por favor! No te... —.

Desde la calle, la voz aguda de Teresa atravesó los once escalones; y se cortó de golpe.

  ¡Feliz día, señoras y señores! Aquí, Radio Antena Nacional, el clarín de la mañana, con las noticias...

 Aurora apagó el despertador y respiró hondo. Gotas de sudor le corrían por el cuello, deslizándose hasta el pecho. La abuela había regresado en aquel sueño repetitivo…Aún medio dormida abrió el cajón de la mesita de noche y lo palpó con la yema de los dedos: el cuero repujado, los bordes gastados. Se lo puso sobre el pecho húmedo y leyó la última página, esa que había visto ya tantas veces:

Antwerpen, Julio de 1944.
“Querido diario… Bueno, ya sé que la frase para dirigirme a ti…”

 

Nahir Márquez

 

Taller de escritura con Rosa Ribas: ¿Y qué pasó después? Instituto Cervantes, Frankfurt. 27/01/2022

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