ME SIGUE PASANDO                                     julio, 2019

 

Carlos Cruz Diez se fue y me di cuenta de que me sigue pasando. Ya no tengo muchas esperanzas al respecto. Quizás continuará sucediéndome: Yo creo que todo el mundo es inmortal.

Debe haber sido una tarde entre abril y mayo en Caracas, amarilla y calurosa, aromática y húmeda, cuando hace ya unas cuantas lluvias me dirigía hacia su casa de Chapellín. Le haría mi primera “entrevista de personalidad”.

Yo estudiaba Comunicación Social en la UCV. La entrevista era a las tres de la tarde, pero al igual que me pasa ahora, llegué una hora y media antes, por aquello de sentir el espacio al que voy, respirar con él; y básicamente no andar corriendo.

Como era muy temprano, me fui a la Pastelería Real que quedaba muy cerquita, en La Florida.

Me comí una ensaimada. Recuerdo la tibieza de ese diminuto lugar, las vitrinas y las neveras simples, el ventilador color crema del techo, el olor suave, seguro y seductor de los bizcochos magistrales. Terminé mi ensaimada, ya un poco nerviosa; y me dirigí a su casa.

Ahora lo siento todo como en una nube, como una visión imprecisa. No recuerdo las preguntas, ni las respuestas. Las páginas escritas a máquina se perdieron, cuando una de las famosas cajas de mi vida se humedeció con una tubería rota en un armario.

En ese momento, cuando en realidad pensaba que todo era eterno, no tomé una foto, no guardé el registro de la grabación… ¿pará qué?, si siempre va a ser así como es ahora…si él va a estar allí todo el tiempo, imagino que sentía, y en consecuencia pensaba.

El Maestro me abrió la puerta y me recibió gentil, un poco apurado, pantalón oscuro, camisa de rayitas y mangas largas, corbata, cabello arremolinado, sus patillas muy pobladas abarcaban sus mejillas, no tenía barba ni bigote. La casa era pequeña, o así la recuerdo, de pasillos estrechos, con mucha obra y materiales alrededor.  Al fondo, cerca de un pequeño patio, nos sentamos en un sofá muy chiquito, hicimos la entrevista, me ofreció un cafecito negro de un termo. Me mostró colores, una mesa de trabajo, distintos tipos de papel, explicó cosas. Nos dimos un abrazo, le di las gracias, me deseó éxito, nos despedimos.

Cuando la muerte no nos pasa por la cabeza, porque sabemos la verdad: que somos inmortales; no pensamos o sentimos los posibles finales. Pero aún sabiéndolo, lo de la inmortalidad, también sería bueno estar atentos al cuerpo que nos contiene y a sus posibles limitaciones y vaivenes (en ese capítulo estoy). De esta manera quizás, la radical ausencia no nos sorprendería siempre como un vacío, como un silencio, hasta como una traición, algo que rompe el hilo, que nos asusta, una especie de rabia sin ancla; y quizás lo de la rabia es porque se ha perdido tanto en Venezuela, que no quisiéramos ya perder más.

Sin embargo y no al azar, las creaciones de este Maestro se siguen moviendo y avanzan independientes, a pesar de los retrasos, los dramas, la oscuridad, el hambre y el horror; y hay un hilo de Venezuela que está vivo y vibra en color, en luz, teje nuevos universos y sigue generando nuevas realidades, uniéndose a otros hilos de igual tenor.

En esa primera entrevista, que por algo fue la primera, el arte me susurraba lo que siempre oí sin escuchar: “¡Vente conmigo, que tú eres yo, yo soy tú!”  Y me sigue hablando, y yo sigo haciendo, más que haciendo viendo, y sintiendo, y llamándolo y dejando que entre y tome sus formas, y viviendo de la paz que me ofrece, de los templos del alma, que como mi amiga Helena García dice, son los museos. Allí también oro, y agradezco.

Ayer, antes de saber de su partida, andaba yo de la mano con mis pinturas; y como están dentro de mí, me sorprenden también afuera; en el patio trasero de un Domo y en una calle del centro, donde una pared pintada en los años sesenta todavía baila como nueva; y en tantas partes. Todo ello junto a un resplandor de lluvia; y a la manzanilla y al romero que se secan sin remedio bajo el sol inclemente de estos días de verano, para luego respirar otra vez y volver, sin rastro de pesadumbre. Inmortales, así somos, sin duda inmortales.

 

Nahir Márquez

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