Frutos de la Rosa salvaje o escaramujo (Hagebutte, en alemán). Würzburg,
Alemania
Merienda con un océano mayo 2021
Suena la tetera de la señora Luz con aquel silbido estridente y celestial; se abre la puerta del Olimpo y comienzo a nadar en el océano rojizo y transparente donde cada martes me sumerjo.
Una orla iridiscente de diminutas violetas azucaradas rodea el pastel que acompañará al océano. Intentando no ser descubierta (todavía falta una eternidad para disfrutar de la merienda —hora y media—), tomo una de las flores y la muerdo con fruición: ¡tac! Mientras la disuelvo contra el paladar, pienso: “no sabe en lo más mínimo a pétalo.”
Escucho los ejercicios de Cortot que toca César, son tan aburridos, ¿no habrá algo que suene mejor y que ejercite igual los dedos? Sigo soñando con mi océano rojizo. Pero aún tengo que hacer mi clase de piano.
Me acerco a la cocina, un sonido líquido como de pequeños cristales que chocan mansos y algo sordos contra la porcelana de una taza, me avisa que la señora Luz ya me va a llamar:
—Ven aquí mi amor. Toma, una tacita antes de la clase. Y que no me vea tu mamá, porque me regaña por estarte consintiendo.
Se cae una cucharita al suelo, tintinea como un timbre de colegio, nos van a descubrir.
Lentamente acerco mi cara al vapor. Me encanta la sensación de tibieza y el olor ácido y dulce que se desprende de él. Fijo mis ojos en el líquido, el té rojo profundo, rojo cereza, rojo alegría, rojo buen tiempo, rojo terciopelo de mi cojín favorito, mi té rojo alemán.
—¿Y por qué es rojo, si es té? — le pregunté un día a la señora Luz.
—Porque viene de una rosa, mi amor.
Muchos años después, supe que se llamaba Hagebutte; y me sigue pareciendo una fortuna, poder sumergirme en él.
Para Adriana Moraga: mi profesora de piano, cariño sin fronteras, luz de siempre, embajadora de buenos momentos, de infusiones fragantes; y del té de Hagebutte.
Nahir Márquez
Elaborado para el taller: “Escribir con los 5 sentidos”, con Rosa Ribas. Instituto
Cervantes, Frankfurt