https://www.diariolasamericas.com , José “Cheo” Feliciano (EFE) 19.04.2015
Cheo y una
servidora
abril, 2014
Su voz se vestía de gala y sentimiento, ataviado de frac o con gorra beisbolera. De presencia poderosa y gentil, dominaba con certeza escenarios y virtudes. Se sentía un hombre libre, entre otras cosas quizás, porque compartía generosamente su gracia y la hacía parte del disfrute “ajeno”. No eran necesarias muchas palabras para saber también, que las posibilidades de que fuese un hombre amado, no eran pocas. Cuando trabajaba era serio y respetuoso, afectuoso y cordial. Cuando cantaba, se percibía un eterno ahora en su voz, una especie de profunda entrega.
Le conocí en julio de 1999, faltaban seis meses para el fin de una década. El fin de muchas otras cosas también estaba cerca; aunque en ese momento yo no lo supiera.
Tuve el honor de trabajar a su lado cuando fui la coordinadora de prensa de uno de sus eventos en Caracas, donde el maestro Eduardo Marturet y la orquesta de Salón Tropical Dancing le acompañaban.
La noche del concierto, el 15 de julio de 1999, fue para mí inolvidable. Mamá estaba también en ella, fue su último baile con gente amada. El regalo final: el abrazo entrañable y sorpresivo de Cheo preguntándole: ¿Te gustó el concierto hermosa?
Lo que me quedó de él en la memoria: su talento adaptado fácilmente a cualquier entorno, un sonido germinando sin tiempo en rincones insospechados de mentes y recuerdos. Su trabajo serio y comprometido, una voz vestida de hondura, celebración y sentimiento, su abrazo pleno… y esa sonrisa que le llenaba el cuerpo con un atrevimiento dulce y poderoso, una fuerza que invadía a propios y extraños en una especie de exorcismo cálido, del cual muchos fuimos felices testigos.
Hay momentos únicos, alegrías sin tiempo. Cheo era delicadeza y calidez sin límite, afecto que se desparrama sin distinciones, una sonrisa dorada que se escabulle sin permiso y estalla florida en el otro...
Larissa, amiga de hace tanto, fue testigo inolvidable de aquella noche. Recordando en algún momento y por mil razones ese día, le comenté: “Los seres humanos deberíamos buscar, a propósito y con terquedad, vivir momentos de alegría que fuesen inolvidables... imagínate cómo sería la vida Lari, rodeados de los seres que amamos…una feria de color, un disfrute perfecto de las diferencias, un canto variado y sin fin...puro gozo...menos miedo. En todo caso y sin fantasías extremas, hay que imaginárselo; quizás un pedacito se nos hace verdad”.
Nahir Márquez